Colmenares Royesol es una pequeña empresa familiar de Chascomús, provincia de Buenos Aires, que comenzó con una colmena y hoy tienen cerca de 3.000. Un padre incansable que probó varios rubros hasta dar con la apicultura y le funcionó.
Por segundo año consecutivo, Yésica Sarena y toda su familia -cuando decimos toda es toda: su padre, su madre, su hermano y su cuñada- participan de Caminos y Sabores, el evento gastronómico federal más importante de la región. En 2022 salieron premiados por el público, hecho que además de generarles más clientes, los impulsó a asistir por segunda vez. “La gente valora esas cosas, porque quiere decir que el producto es bueno”.
Mientras que Yésica habla con nosotros, en el stand está su padre -iniciador del proyecto- organizando la mercadería, su madre cobrando y su cuñada atendiendo (el hermano se quedó en Chascomús cuidando las colmenas). “Mi papá fue el que arrancó con esto en 1995, con algunas colmenitas; mi hermano, que fue el que lo siguió, tenía 8 años cuando se puso por primera vez el traje de apicultor. Y yo, que fracciono, me sumé hace 5 años, pero desde los 13 años que estoy ayudando”, explica Yésica. Desde que ella se involucró, el negocio se expandió gracias al fraccionamiento y a la diversificación del producto, ya que antes el padre vendía solo los tambores de 300 kilos y ahora, además de miel, comercializan polen, jalea real, jarabe de propóleo, caramelos a base de miel y cera virgen.
“Mi papá trabajaba en una fábrica, yo era chica y él probaba y probaba con diferentes emprendimientos. Prueba y error. Hasta que un día dijo, ‘bueno, vamos a ver qué pasa con las abejas’. Y así tuvimos una colmena, dos, tres y hoy tenemos cerca de 3.000 colmenas”, recuerda Yésica.
De a poco, el padre fue aprendiendo acerca de la apicultura: “Cuando él arrancó, arrancó leyendo, le gustaba, miraba videos, y así fue como empezó. Después fue haciendo cursos de criado de reina, curso de esto, curso de aquello y bueno, así fue como empezamos a crecer”.
Yésica tiene 32 años y recuerda que, cuando tenía 12, su padre comenzó a comprar tambores hasta que tuvieron la posibilidad de construir la sala de extracción, luego compraron la cremadora y la envasadora.
Nos explica que, como todo negocio a cielo abierto, en la apicultura también afecta la sequía. En su caso, Colmenares Royesol no padeció la falta de lluvias que tenemos en la región desde hace 3 años, gracias a que tienen varias colmenas, pero para los emprendimientos chicos sí fue un problema: “Hay muchos apicultores chicos que tienen pocas colmenas y tuvieron que recurrir a otra fuente de laburo para poder subsistir. Porque lo que producían se lo gastaban en volver a mantener las colmenas. Entonces es muy complicado”.
“¿Qué es lo que más te gusta de esto?” le preguntamos, y sonriendo, mientras su familia va y viene en el stand, responde: “Primero, la conexión con la naturaleza; y después, estar en la sala haciendo toda la extracción de miel. Ellos (su familia) van al campo y cuando es necesario yo colaboro, voy, ayudo a alimentar y demás. Pero en realidad mi trabajo es, además del fraccionado, la extracción. Y es lo que más disfruto. Todo el verano de 6 am a 15 hs., 16 hs., sacando miel”.
Desde que Yésica se sumó, al realizar fraccionado y diversificar el producto, hace 5 años, el emprendimiento creció muy rápido: “Teníamos una oficina súper chiquitita donde teníamos una góndola y ahí estoqueábamos la miel. Y hoy tenemos una almacena apícola”.
Actualmente, Colmenares Royesol cosecha entre 300 y 400 tambores de 300 kilos cada uno, y entre 150 y 200 tambores para fraccionar por año.
Pareciera ser que, no solo la pasión, sino también la unidad fortalece y potencia un emprendimiento. Marcar la diferencia y animarse a dar el salto.
Por Antonela Schiantarelli